Blog que pretende rendir un homenaje a una de las estrellas del fútbol y del cine almeriense. Florencio Amarilla

viernes, 4 de diciembre de 2009

Homenaje a Florencio Amarilla

Este blog pretende convertirse en una vía de comunicación para todas aquellas personas que quieran participar y colaborar en el homenaje que el próximo 27 de diciembre de 2009, en el Juan Rojas, a las 11:30 horas brindará el fútbol almeriense a una de sus más grandes estrellas; el jugador Florencio Amarilla.
Las entradas se pondrán próximamente a la venta en LA VOZ DE ALMERÍA y en las tiendas de PUBLIFIESTAS CONDE y el día del partido, al precio de 5 euros. También se ha habilitado una FILA 0 para todos aquellos que quieran colaborar con la causa en el siguiente número de cuenta:

Unicaja: 2103 5010 5 7 0010061949


Amarilla con Paraguay y en el rodaje de 'Ana Coulder'.
El futbolista que quiso ser actor

Florencio Amarilla Lacasa (Coronel Bogado, Paraguay, 1935), es un hombre arraigado a Almería que destacó en dos campos tan apasionantes y difíciles como el fútbol y el cine.
Como futbolista disputó con Paraguay el Mundial de Suecia 58, en el que consiguió dos goles, y que le sirvió como escaparate para jugar en la Primera División Española en el Real Oviedo y en el Elche. En la temporada 67-68 fichó por el C.D. Almería, donde se retiró y estableció definitivamente su residencia. Más tarde comenzó una intensa carrera como entrenador que le ha llevado a dirigir a los principales clubes de la provincia.

Por casualidad el cine se cruzó en su camino y encontró su segunda vocación. Trabajó como figurante y actor de reparto en numerosas películas que se rodaron en escenarios almerienses, algunas tan importantes como ‘100 rifles’, ‘Shalako’, ‘El Cóndor’, ‘Patton’, ‘Sol rojo’ o ‘Conan, el bárbaro’.

La comisión organizadora de este partido persigue rendir un homenaje a un personaje irrepetible que ha cristalizado todos los sueños de su niñez, y dar a conocer su vida, ya que supone descubrir al mismo tiempo parte de la historia más reciente y brillante de la provincia de Almería.
Una repentina enfermedad puso anticipadamente fin a su labor profesional. Una trombosis cerebral le dejó en fuera de juego. Tras unos duros meses de recuperación, el guerrero guaraní recuperó su fuerza y la memoria que durante unos meses le habían arrebatado. Paradójicamente, una de las secuelas más graves de estos problemas de salud han afectado a sus piernas. Las mismas extremidades con las que galopaba por la banda de los campos de fútbol, dejando atrás a contrarios, colocando centros precisos, reventando el balón con la monstruosa potencia de su zurda, o subiéndose de un salto a los lomos de un caballo para rodar una escena de acción en el desierto de Almería, apenas consiguen hoy que el paraguayo pueda mantenerse en pie sin la ayuda de un bastón. Es el ocaso del héroe que afronta con valentía este nuevo reto de la vida.

Un atila guaraní en el Vista Alegre.

Prólogo de Manuel León del libro 'Amarilla, el futbolista que quiso ser actor'. De Juan Gabriel García.

Toda una manada de zangolotinos con flequillo aguardábamos a las puertas del Estadio Vista Alegre una tarde de julio de 1980. ¡Ya viene, ya viene Amarilla! Y por allí apareció él, majestuoso, a pesar de su discreta osamenta, luciendo rostro arapajoe y músculos de platino. Sudadera blanca y pantalón corto azulete sobre dos piernas morenas y zambas que se bamboleaban como las de Garrincha con andares pausados. No hablaba, miraba al infinito. Era un Dios para nosotros, en plena pubertad, aspirantes todos a ser Leivinhas o Santillanas. ¡Ya está aquí el Amarilla, ya ha llegado! Venía precedido de un aura de profesionalidad hasta entonces desconocida en un equipo de pueblo. Antes de que llegara al campo, escoltado por los directivos del Club, ya sabíamos que había militado en el Oviedo, en el Elche, en el Almería y que había jugado con Paraguay el Mundial del 58 en Suecia, el mismo en el que Pelé maravilló al planeta. ¡Un mundial, madre mía! Lo primero que pidió al Señor Melchor, el utillero, fueron treinta balones. Nunca hubo tanto cuero junto en el Vista Alegre. A la tarde siguiente se puso a tirar a puerta desde fuera del área, con la zurda brillante de linimento, sin carrerilla, las metía todas. Esa tarde había más público en el graderío viendo lanzar balones a un comanche de ébano que en cualquier partido oficial de la Peña hasta esa fecha. Le pegaba tan fuerte y con tanto tino que un día rompió el travesaño de la portería de madera y lo cambiaron por uno de hierro. Le gustaba fijarse en la cantera, en los que venían por detrás. A veces, nos cogía a los juveniles y a los infantiles y nos enseñaba cómo teníamos que parar la pelota, cómo había que jugar sin balón, cómo poner el cuerpo antes de chutar a puerta. Hablaba cadencioso, con acento guaraní, para nosotros era como oír la palabra de Dios. A unos les tocaba oír ¡Bravo chaval, así, así, buen juego! y era como sacar un sobresaliente en la escuela; a otros, ¡cafre, te dan una pelota y devuelves una sandía! Si algo le sacaba de sus casillas era que no intentáramos jugar bien al fútbol, tratar con respeto el balón: parar, mirar y enviar. Otra de sus manías era irse una hora antes del partido al Vista Alegre a quitar piedrecillas del campo para que no se hicieran daño los jugadores; él, que había saboreado las mieles de un Mundial, se preocupaba hasta del último detalle. Cuenta una leyenda negra, como él, que una noche se fue de farras con Frasquito, uno de los futbolistas del primer equipo, y a las cinco de la mañana entró en un bar y se metió entre pecho y espalda catorce chuletas acompañadas de cinco cubalibres de marras. Comía como se debió de comer cuando había hambre en la Guerra. Devoraba platos de paella con gambas y sartenadas de papas fritas con huevos, en El Califa. Entonces su cuerpo era pura fibra, a pesar de su renqueante zurda, que a veces le traicionaba. Florencio Amarilla había pasado antes por el Roquetas, por el Vera, por el Macael, El Ejido... Dejó al Garrucha campeón y lo ascendió a Regional Preferente. Pero marchó de nuevo al Almería, a pesar de lo mucho que le pidieron que continuara. Después volvió a la Peña en una segunda etapa, menos fibroso, más encorvado… habían cambiado los tiempos. Aunque con el mismo espíritu guerrero de cacique tolteca que cuando abandonó su casa paterna en Encarnación y dejó a sus padres con lágrimas en los ojos al ver marchar al hijo único a hacer las Españas.
Reconozco, con la adulteración que conlleva el recuerdo, que durante un tiempo de nuestra adolescencia, no hubo otro Dios más grande para la chiquillería garruchera que ese Atila guaraní que donde ponía el músculo no volvía a crecer la hierba.

Manuel León. Periodista.



Amarilla recibe una placa conmemorativa por parte de Alfonso García, pte. de la U.D. Almería.

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